La burocracia, como sistema de organización social, es conocida desde la Antigua Grecia y se ha vinculado a la condición humana, siguiendo la tesis del hombre como animal político de Aristóteles. Pero incluso mucho antes, sobre el año 3000 A.C., la civilización egipcia de la época ya generaba disposiciones administrativas estableciendo impuestos y unas disposiciones sobre cómo recaudarlos, tanto en trabajo como mercancías, dado que no existían monedas en un principio. Estas disposiciones eran redactadas por escribas, personajes que desde niños eran educados y preparados exclusivamente para este quehacer. En general, tal como señala Deutcher, la burocracia establece un sistema para organizar y divide a la población en dos grupos: los que organizan y los organizados, o, en otras palabras, los que estructuran y los estructurados
La estructuración de la sociedad y sus tareas es importante puesto que regula, ordena y crea unas reglas de juego y de entendimiento en grupos grandes de personas. Una estructura es algo así como el recipiente donde se deposita un líquido; el recipiente es necesario para contener el líquido pero, obviamente, no es lo imprescindible. Sin el recipiente, no sería posible beber, pero sin el líquido el recipiente se convierte en algo inerte. Las reglas burocráticas son como los recipientes donde las personas se suponen pueden depositar sus destrezas, habilidades, aptitudes y conocimientos, al servicio tanto de la sociedad como para su propio bienestar y autorrealización.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando el recipiente se vuelve más importante que los contenidos? La despersonalización y deshumanización de las relaciones sociales se apodera de las personas pudiendo generar estrés e indefensión personal. La desvitalización de las relaciones interpersonales ocurre cuando priman las reglas sobre las propias personas. Es fácil identificar muchas situaciones en la vida en las que esto ocurre, porque la burocracia es un sistema de control social de unos pocos con respecto a la mayoría. No sólo la gestión de recibos, trámites, licencias puede generar situaciones inverosímiles. Recuerdo en mi experiencia personal un caso reciente que ilustra la deshumanización de la burocracia y los sistemas de control:
-“Madrid es una ciudad estresante donde no sólo realizas tu trabajo cada día, sino que debes estar pendiente de otros elementos de la vida cotidiana como son los horarios, las fechas límite, el transporte, los semáforos, los tíquets del parquímetro, entre otros. Un día, regresaba de la Facultad de Somosaguas (en las afueras de Madrid) con el coche, pero tenía que parar en la consulta para recoger unos documentos y hacer unas llamadas. Más o menos creí que las gestiones me llevarían media hora. Introduje el importe en la máquina expendedora para unos 40 minutos y así ir sobrado de tiempo. Sin embargo, las gestiones se alargaron más de lo esperado, y llegué 12 minutos tarde al coche para poner otro tíquet. Al ir hacia el coche me encontré un papel en el parabrisas del coche…Sí, en efecto un tíquet sancionador por llegar tarde al coche. La vigilante me acababa de poner la multa y estaba a 5 metros del coche. Me acerqué a ella y le dije si, por favor, me podría anular la multa; me dijo que podría anularla yo, pagando 3 euros en la máquina expendedora. Le rogué nuevamente que me anulase la multa ya que había llegado sólo unos minutos tarde y que, podría haberme concedido estos minutos de cortesía. La vigilante se puso a la defensiva y me puso excusas: que si hubiera puesto un tíquet de más importe me habría esperado hasta 20 minutos. Finalmente, concluyó cerrando el tema diciéndome: “Mire caballero, yo me dedico a poner denuncias”
Me quedé impresionado, era como un robot, “yo me dedico a poner denuncias”…. Mi primera reacción interna fue de rabia y pensé, para mí, inocentemente: “usted es alguien que hace un trabajo, porque yo le pago con mis impuestos y usted está para atenderme y hacerme la vida más fácil”. Por supuesto, esto pasó por mi cabeza unos segundos. Al cabo de unos instantes, mi mente procesaba: “Bueno, ya tengo a un robot enfrente, vamos a ver si me puede ayudar a utilizar la máquina expendedora para pagar la multa reducida por llegar tarde”. Así fue, la mujer robot me ayudó a manejar la máquina expendedora y sacó su lado humano, comentándome la cantidad de dinero que se recaudaba con este sistema. Yo le comenté la dificultad que, para una persona mayor, supondría este sistema de anulación. En efecto había que marcar unas teclas de un color y la matrícula de un coche con un teclado, análogo al de un teléfono móvil, algo que, ciertamente, era complejo para una persona mayor.
Lo interesante de esta experiencia, más allá de la justicia o no de la multa, es la maquinización de las personas al servicio de una estructura. El conocimiento, el sentido común, la sensibilidad y el sentido de cooperación interpersonal están supeditados a un sistema burocrático impuesto. No importa si algo se puede solventar fácilmente; cuando el papel está puesto hay una norma que hace que las personas se hagan rígidas y pierdan su rasgo de humanidad: la verdad es que impresiona que alguien diga que se dedica a poner denuncias, que ese es su trabajo. Esta impersonalidad, posiblemente, esté en la base de muchas atrocidades que se cometen en el mundo. Figúrense un soldado, frente a una víctima inocente: “Sra, yo me dedico al trabajo de la guerra y a recibir órdenes de mis superiores; si me dicen que mate, mato; si me dicen que me retire, me retiro”. Al final, si un soldado, cumple con las órdenes, es premiado y condecorado como un héroe; sin embargo, si toma sus decisiones y sigue sus criterios de conocimiento y sentido común, es apresado, encarcelado y, en el peor de los casos, fusilado por desobediencia o deserción. Al final, las personas son seducidas por el reconocimiento más que por su sentido de conocimiento y por su humanidad. El reconocimiento es, por lo tanto, la base del sustento del armazón burocrático, y de que los papeles, certificados y diplomas y títulos, sean lo fundamental más que las propias habilidades, pericias o conocimientos. El recipiente se ha convertido en el principal objetivo de los individuos de la sociedad. Importa más el recipiente que el líquido: la materia prima ha pasado a ser secundaria.
Estas situaciones generan, si se producen puntualmente, una sensación de rabia que puede ser canalizada fácilmente. El problema surge, cuando uno choca con el muro burocrático muchas veces y continuadamente. Hay personas que, desde la indefensión y la rabia, se destruyen y sumergen en una crisis de la que no salen. A lo sumo, se enzarzan en denuncias que desgastan su salud y destruyen sus vínculos interpersonales positivos y constructivos. Afortunadamente hay otra salida: la resiliencia. Es decir, aprovechar estas situaciones adversas, negativas y agresivas, como un motor para desarrollarnos e impulsar nuestra vida. Aunque es necesario pasar por unas fases, se pueden distinguir unos principios básicos para sacar provecho de la traba burocrática:
1) No se dé golpes innecesariamente contra un muro. Si ve que hay muchas trabas administrativas, no se desgaste innecesariamente. La burocracia es como un tanque que pasa por encima de usted, si es necesario, y no tiene compasión.
2) Busque una postura lo más cómoda posible. Así, estará despierto y ágil para pasar por el hueco, cuando haya alguna grieta en el muro.
3) Aproveche esta deshumanización para cribar y seleccionar la gente con la que sintoniza adecuadamente, y establezca vínculos que verdaderamente sean placenteros y constructivos. Experimentar emociones cercanas con gente afín produce bienestar, salud y genera oportunidades.
4) Determine qué condición quiere para su vida, olvidándose de las trabas y de la injusticia que padece. Tome contacto con sus emociones y deseos genuinos. Si experimenta rabia o miedo, tome contacto con ello, antes de tomar una decisión.
5) Persevere en lo que ha decidido, concentrándose en su proyecto constructivo sin perder ni un segundo ni una pizca de energía en darse golpes contra el muro. Y si el muro viene hacia usted, esquívelo, tantas veces como sea necesario