«Autoridad» es una de las palabras que con el paso del tiempo ha adquirido un nuevo significado, muy distante del origen etimológico. Incluso, podría decirse que ha habido una cierta perversión en esta transformación semántica. Esta resignificación ha generado muchas consecuencias personales, sociales, culturales y de organización grupal en los tiempos actuales, algunas de ellas, en mi opinión, muy perjudiciales para el buen funcionamiento de la sociedad.
«Autoridad» deriva de la palabra latina autorictas, cuya raíz origen es augere, que significa aumentar, progresar, promover. Una persona que ejerza autoridad sería alguien que fomenta el progreso y la promoción de otras personas, proyectos, ideas o conceptos. Una palabra derivada de autorictas es «autor» que lleva asociado la creación de algo que va a fomentar el progreso. En general, todas las palabras o conceptos que derivan de autorictas y de la raíz augere tienen una connotación expansiva, de aumento, que favorece a todas las partes.
En los años 60 y 70, a raíz de los estudios sobre estilos educativos, aparece la conversión semántica del término «autoridad». Cambia de la expansividad positiva a la negatividad constrictora. El estilo autoritario se identifica con una disciplina rígida, severa, sancionadora y con un hipercontrol hacia los miembros de un grupo, bien sea la familia, bien una empresa o cualquier otra organización. Probablemente, en estas décadas la autoridad se empieza a asociar al poder abusivo, ya que la autoridad así era definida. De esta forma, cuando en la actualidad se habla de un liderazgo autoritario, hay un rechazo al mismo ya que se vincula al autoritarismo o abuso de la autoridad.
Las consecuencias actuales de este cambio semántico de la palabra autoridad se pueden percibir en muchos contextos. En la familia, el menosprecio o disminución de la autoridad de los padres se hace evidente con un incremento de la violencia filioparental en las últimas décadas, con datos en España que en algunos estudios como el de Jaureguizar et al. (2013) muestran conductas de violencia física de adolescentes a los padres del 10, 5% y de abuso psicológico en casi un 50% de los casos. En el ámbito de la educación, el profesorado está sujeto a muchas críticas, a veces injustificadas, y, además, hay un aumento de las agresiones y conductas de acoso de los alumnos hacia el mismo, tal como señalan por ejemplo los informes anuales del defensor del profesor de ANPE, o estudios donde las conductas de violencia física y psicológica son parecidas o superiores en frecuencia a las que aparecen en el ámbito familiar.
Parece que estamos en momentos cruciales en los que se están sedimentando cambios sociales. La tergiversación y la perversión de las palabras y de su significado son decisivas. En un estudio piloto que he llevado a cabo sobre las creencias y mitos de las relaciones con profesionales psicólogos y futuros profesionales de la educación, los primeros datos muestran algo curioso. Encuestando el grado de identificación en estas creencias he encontrado, entre otros hallazgos, esta curiosa estadística descriptiva con una muestra de 43 profesionales y estudiantes de Psicología y Educación Social y con un rango de edad entre 20 y 40 años:
Ítem.- Las relaciones entre padres e hijos deben basarse en el respeto a la autoridad de las figuras parentales. Nada identificado/a: 16,3%; poco identificado/a: 26’9%; medianamente identificado: 34,9 %; bastante identificado: 14%; muy identificado: 7%
Ítem.- Las relaciones familiares entre padres e hijos deben basarse en principios democráticos de participación y decisión. Nada identificado/a: 4,7 %; poco identificado/a: 9,3%; medianamente identificado: 16,3%; bastante identificado: 34,9%; muy identificado: 34,9%
Los datos iniciales de este estudio piloto, en mi opinión, parecen mostrar que la autoridad está mal vista o es malentendida, algo que es congruente con los tiempos que vivimos. Por el contrario, la democracia o el estilo democrático es la nueva moda que debe regir entre los componentes de los grupos, incluso a pesar de que el conocimiento y grado de madurez de los miembros del colectivo sea muy diferente.
Aunque parece obvio, la democracia no es posible ni recomendable en todos los casos, tal como ocurre cuando existen personas que se hacen cargo de otras dependientes en un grupo. La familia no es un sistema de organización democrático, al igual que otros esquemas de organización grupal. A nadie se le ocurre pensar, por ejemplo, que las decisiones sobre las estrategias de juego en un equipo de baloncesto o de fútbol las toman los jugadores de forma democrática. A pesar de que los estilos educativos definidos como democráticos parecen los ideales, tal vez no se esté entendiendo bien este concepto y, al igual que con la autoridad, se esté también transformando su significado original. El gobernar de un pueblo (demos= pueblo; kratia=gobernar, procedentes del griego) no se puede aplicar a todos los grupos y, en ningún caso, a la familia.
Si eres un padre o una madre, ¿cómo te relacionas con tus hijos? ¿Cómo ejerces la autoridad? ¿Existe democracia en la familia a la hora de tomar decisiones?